Harta de solo ser considerada la costilla de Adán, Eva le dio un enorme mordisco a la manzana. "¡Que se quede con el Paraíso!" Pensó, mientras disfrutaba lentamente la dulzura del fruto que le había sido negado por tantos años.

Adán, que alcanzó a ver de lejos a su esposa, sin escuchar lo que decía, corrió hacia ella y le arrancó el último trozo de las manos para devorarlo de un bocado, sin siquiera saborearlo. No fue un acto de amor, sino de miedo, de terror al fracaso y a la soledad. Ya había perdido a su primera esposa, y prefería pasar la eternidad en condena, antes que quedarse solo otra vez.