Todo empezó lentamente. Primero, una copa que se rompía en el suelo, luego, una silla que se movía unos centímetros y las puertas que se abrían lentamente. Poco a poco todo aumentó hasta llenar la casa de ruidos y voces extrañas. Joaquín, casi paralizado de miedo, observaba la extraña escena. Después de todo, él había sido el único habitante de esa solitaria mansión desde hace más de 300 años.