El domingo 6 de junio, se llevaron a cabo elecciones en México. Podrían no haber parecido muy importantes, ya que, en esta ocasión, no se elegía presidente y tal vez no lo sean, depende de qué decidas creer, pero aquí no quiero que el tema sea político, porque de eso ya se habla en todos lados y creo que es el mejor momento para tomar un respiro.

Estas elecciones fueron únicas en la historia de México, no solo por su "impresionante" participación del 48% - 50% (varía de acuerdo al medio que lo publique), sino porque estas elecciones se realizaron durante la pandemia.

Lo primero que deben saber, si no son de aquí, es que, en mi país, para incentivar un poco la participación, los días de elecciones les da por regalar de todo (café, donas, refresco, descuentos en restaurantes, cupones para servicios de transporte, etc.), sólo por presentar tu dedo marcado, señal de que sí fuiste a votar. Desconozco si gracias a esto ha subido la participación, pero debo admitir que, en ocasiones, sí suelo aprovechar esos regalos y descuentos.

Esta vez no aproveché ninguna de esas cosas, en cambio, preferí observar la nueva dinámica de participación:

Anteriormente, los funcionaros de casilla hacían prácticamente todo el trabajo, desde que llegabas se quedaban con tu credencial, mientras pasabas, votabas y te marcaban. Al final de todo eso, te regresaban tu credencial (también marcada) y todo acababa.

Esta vez, mi primer pensamiento fue que eligieron a gente con vista de águila. Tú solo mostrabas tu credencial (siempre con "sana distancia", como le llaman aquí), y, desde ahí, ellos tenían que identificar tu apellido, tu sección y que no estuviera marcada la credencial. La verdad, mi querida amiga, miopía, me hubiera impedido leer todo eso.

Ya que se aseguraban de que sí estás en la lista, que, por suerte, tiene también las fotos de las credenciales, te indicaban que tomaras tus boletas, mostraras que fueran únicamente las que te correspondían, y pasaras al cubículo para ejercer tu voto.

Al salir, debías sostener fuertemente tu credencial, siempre con los brazos estirados al máximo, para que el funcionario, también con los brazos estirados, pudiera marcar la fecha. Luego de unos pasos, volvías a estirar tu brazo, mostrando orgulloso tu pulgar aún limpio, para que el otro funcionario marcara (sin tocarte), con la tinta indeleble.

Estas dos actividades podrán sonar muy sencillas, pero, mientras estaba en la fila, vi una y otra vez cómo a las personas se les vencían las manos al momento de marcar la credencial o el pulgar, y simplemente se veía cómo el funcionario los empujaba un poco, al aplicar una fuerza que no tenía resistencia alguna.

Por fin, después de todo el trámite y de las muchas disculpas de parte de todo el mundo, porque, al parecer un año después, la gente aún no ha aprendido a no tocarse, el mundo seguía siendo exactamente el mismo. Los políticos del país pueden seguirse embolsando nuestro dinero con nuestro permiso, nosotros podemos seguir viviendo con la falsa idea de que nuestro voto cuenta y que somos participantes activos de la democracia, y en menos de dos días a todos los candidatos se les olvidarán sus propuestas y promesas y se darán cuenta de que el dinero y el poder sí lo son todo...

Pero, hey, al menos hay café, donas y helado gratis para poder digerir mejor ese trago amargo.