Día 1: Empieza una historia con "Había una vez"
Había una vez, en la cima de una montaña abandonada, un pequeño trozo de tela, el último recuerdo del último explorador que se arriesgó a subir, con la esperanza de poder huir de la matanza que estaba a punto de llegar a su pueblo. Nunca más se volvió a saber nada de las personas de esa región.

Día 2: Abre un libro al azar, elige una línea y úsala para iniciar tu historia
— Bien, déjame llevarme de recuerdo aquel pañuelito con sangre.

Fue lo último que atinó a decir antes de marcharse, dejándome confundido y abatido después de aquel golpe en la nariz.

Semanas más tarde, mi aspecto no mejoraba, al contrario, me encontraba ojeroso, amoratado, con la piel pálida y frágil. Fui con varios doctores y ninguno atinaba a decir qué me pasaba. Mejoré mi alimentación, me inscribí en el gimnasio y nada, cada día mi aspecto asemejaba más al de un cadáver.

Ha pasado un año, ya no puedo salir, mi piel es demasiado sensible a la luz, tuve que cubrir todas las ventanas de mi casa y, aun así, siento cómo, por las mañanas, los pequeños rayos de sol queman mi piel. Me alimento de los pocos insectos y alimañas que logran entrar por las rendijas del techo y de los muros, no soy capaz de salir por comida ni siquiera por las noches, el simple olor de los seres humanos me provoca asco y deseo al mismo tiempo.

Me pregunto si algún día todo esto acabará y si aquel ser que me prometió la vida eterna a cambio de un poco de mi sangre tendrá algo que ver con todo esto.

El día 3 me lo salto, porque no me inspiró la dinámica.

Día 4: Escribe sobre lo primero que viste al despertar
Me despierta un dolor en el pecho, siento como si algo lo presionara con fuerza y me cuesta respirar. Con los ojos entreabiertos y la poca luz que entra entre las cortinas, alcanzo a ver cómo se forma una masa palpitante sobre mí.

Siento cómo sus garras presionan lentamente la piel bajo el pijama, y percibo un ligero sonido acompañado de un pequeño temblor que proviene de ese ser, parece que se prepara para el ataque.

Trato de abrir completamente los ojos y busco con mi brazo izquierdo el apagador de la lámpara, pero el pánico empieza a apoderarse de mí, las garras se encajan un poco más profundo en mi piel y siento cómo ese ser extraño empieza a hacerse más y más grande bajo mis sábanas.

Con la mano un poco temblorosa, logro encender la lámpara, respiro tan profundo como puedo, aprieto los ojos para abrirlos por completo en cuanto cuente hasta tres y levanto rápidamente el borde de mis sábanas para descubrir al intruso.

Encima de mi pecho me mira mi gato, con ojos confundidos y deslumbrado por la luz de la habitación, se acerca a mi rostro y me lame las mejillas a modo de saludo.

Día 5: Crea un personaje y escribe una historia sobre él/ella
Cuando Genoveva era una niña, le gustaba mucho salir sola y explorar el bosque cercano a su casa, ella decía que había un duende que le hablaba desde la cueva que se encontraba cruzando el río. Sus padres nunca la dejaban acercarse ahí, pero Geno siempre buscaba la forma de poderse comunicar con su pequeño amigo a la distancia.

Al poco tiempo, ella ya sabía que, a Gus, el duende, le gustaba el pan dulce, el chocolate caliente, la crema batida, el helado de fresa y los pastelitos de plátano y nuez. Con ayuda de una resortera, Geno lanzaba cartas a su nuevo amigo, y siempre regresaba al día siguiente a buscar la respuesta.

Un año después Geno se mudó con sus padres, asistió a una nueva escuela y, cuando trató de contarles a todos de su amigo el duendecillo, se burlaron de ella. Geno decidió no volver a hablar del tema y, poco a poco, todo el recuerdo del pequeño Gus quedó olvidado al fondo de su memoria.

El tiempo pasó, Geno se casó y, cuando su hijo cumplió 4 años, decidieron llevarlo a conocer la antigua casa de su mamá. Geno quedó fascinada por los paisajes, los aromas, el suave viento y el ruido del río que parecía que la llamaba. Geno vio con curiosidad hacia la cueva, de la nada, volvieron a ella los recuerdos de su infancia y de ese pequeño amigo imaginario que la acompañaba en sus aventuras. Sintió un impulso enorme por saber qué había realmente en la cueva y empezó a caminar hacia allá.

Como pudo cruzó el río, que, por suerte, no era tan profundo como ella creía, tomó su celular y entró lentamente en la pequeña cueva. Se sorprendió al ver que había una lamparita, una mesita, unos dulces a medio comer, las notitas que ella había mandado de pequeña, y, al fondo, una camita con un pequeño hombrecito recostado con semblante triste, que parecía que hacía poco había dejado de respirar.

Día 6: Escribe sobre un sueño o pesadilla que hayas tenido
Me encuentro en medio de la ciudad, sin saber cómo llegué ahí. Todo está oscuro y es imposible ver si hay más personas cerca. Escucho algunos ruidos a lo lejos, que se van haciendo cada vez más intensos. Son gritos. Definitivamente son gritos cercanos.

Trato de enfocar mi vista lo más que puedo, pero no logro notar lo que tiene a la gente tan asustada. Alguien me toma fuertemente de la muñeca y me lleva corriendo a su lado. No sé quién es, ni qué busca, pero parece que esa persona sí sabe qué está pasando y puede moverse con seguridad entre la multitud.

— ¡Sube!— Me dice, mientras coloca mi mano sobre un barandal de hierro.

Me sujeto fuertemente y voy subiendo lentamente, mientras escucho agua a lo lejos. Quiero preguntarle quién es, pero no logro producir ningún sonido.

Mientras subo los escalones, empiezo a notar un poco de luz en la cima. Cuando al fin logro llegar, veo que hay olas gigantescas que van absorbiendo todo a su paso. No hay nadie cerca de mí, ni siquiera la persona que me trató de salvar. Me doy cuenta de que estoy en una especie de campanario. Recorro el lugar, para ver si logro ver algo más desde las torres.

A lo lejos, veo otra escalera, es la que lleva a la torre de la campana más alta. Al llegar, veo a una mujer vestida de blanco, con el cabello largo hasta las caderas, ella tiene la mirada fija en la ciudad y los brazos extendidos. Parece que siente mi presencia, porque baja los brazos y se acerca lentamente hacia mí.

— Tú no deberías estar aquí —Dice con tranquilidad, mientras escucho cómo nuevas olas llegan a la ciudad. —¡Vete!

El suelo empieza a romperse debajo de mí y caigo de nuevo hacia la oscuridad. Escucho una risa al fondo y todo se ilumina. De nuevo hay una mujer, vestida de blanco y con el cabello hasta la cadera, pero luce mucho más anciana. Está recostaba sobre una cama blanca y ríe estrepitosamente cada vez que escucha una ola chocar contra las paredes del lugar.

No dice una sola palabra, pero solo verla me deja aterrada. Empieza a caminar hacia mí con sus ojos brillantes y su sonrisa desdentada. A cada paso que da sé que estoy más cerca de mi final.